Él firmaba los cheques, pero era ella quien manejaba la oficina con puño de acero… y uñas perfectamente esmaltadas. La secretaria latina de gafas —precisa, filosa, implacable— estaba harta del jefe flojo, siempre soltando indirectas de pasillo con olor a café recalentado. Pero ella no mordía el anzuelo fácil. “Tú no duras ni tres minutos conmigo”, le soltó sin parpadear, cruzada de brazos y mirada asesina. Eso sí, él no supo si era amenaza, burla… o invitación. Herido en su ego y acorralado por su propio atrevimiento, aceptó el desafío. Mal hecho. Porque lo que venía no era coqueteo, era una demolición controlada. Y ella estaba dispuesta a comprobarle, con hechos, cuánto podía durar… y cuánto no. Así de la nada, como un pájaro que se agita, me vino a la memoria esta latina enojada.